Antes de quedarme embarazada cuando oía a las madres hablar de
dormir con sus hijos desde que nacen pensaba: "¡Qué horror! Jamás haré eso
con mis hijos". La respuesta más socorrida ante mi estupor era: "Ya
me contarás cuando tengas los tuyos". Y bien, hoy en día mi hijo tiene 16
meses y duerme con nosotros y... ¡creemos que irá para largo! Desde el mismo
día en que nació duerme conmigo, sus primeras noches en el hospital las pasó en
mi cama y cuando llegamos a casa empezamos a ser tres en nuestra cama, y la
verdad es que nos encanta.
Todo empezó porque me hicieron una cesárea programada por lo que
mi hijo nació puntualmente a las 14 horas. Pero, hasta las 21 horas no pude
achucharle, de hecho, no pude ni tocarle. Sólo le vi cuando le sacaron y me lo
enseñaron por encima de la cortina –o mejor dicho, le intuí, pues soy muy
miope-. Pero por un "error" nadie me lo trajo para verle de cerca
como me habían dicho que iban a hacer según el "protocolo", con lo
que encima me dejaron tremendamente preocupada pues no sabía si mi pequeño
estaba bien o se lo habían tenido que llevar para hacerle algo. A mí me
llevaron a reanimación y a él al nido con su padre quien por lo menos pudo
hacer el piel con piel, y es mejor que nada. Me separaron de él demasiado
tiempo, lo recuerdo como unas de las peores horas de mi vida, fue una tremenda
agonía, ni siquiera supe nada de mi hijo hasta las 19 horas que dejaron entrar
al padre y a mi madre a verme. No sabía si estaba bien o no. Ellos estaban con
el nene pero no sabían nada de mí. Yo oía preguntar por la cesárea de las 2 de
la tarde detrás de la puerta y nadie les decía a mis familiares cómo estaba yo. El caso es que a las 9 de la
noche por fin pude tenerle entre mis brazos, olerle(ese olor tan rico que
tienen los recién nacidos) y achucharle; sentir una felicidad incomparable, ese
momento que todas las mamás te cuentan pero que hasta que no lo vives no te
imaginas lo inmensamente feliz que puedes llegar a ser. Unos meses antes una
gran amiga y ahora vecina había sido mamá de una nena y me dijo: "Hele, no
sabes lo que es ésto, es incomparable, verás cuando lo vivas como vas a
disfrutar, soy tan feliz". ¡Qué razón tenía!
Bueno pues después de todo esto
que estaba viviendo, como podéis entender, no iba a dejar al enano ni un
segundo en la cuna. Y así paso la primera noche conmigo, bien pegadito a su
mamá, como debe estar todo recién nacido, y mamando cada vez que se movía un
poquito. Estaba haciendo lo que había deseado durante todas esas largas horas
en la sala de reanimación, ¡por fin me dejaron disfrutar de lo más bonito que
me había pasado nunca!
Al llegar a casa estaba todo
preparado en nuestra habitación, con el moisés de sus primos impecable y
monísimo, pero mi pequeño no quería ni tocarlo, y entre que el niño no
quería y que a mí me parecía maravilloso tenerle tan cerquita toda la
noche... ¡el bebé se quedó en nuestra cama! Os preguntareis ¿y el papá?
¿qué piensa el papá? Pues a él también le encanta sentirle cerca. Si estamos
los tres felices ¿para qué cambiar?