Seguro que para muchas mamás las líneas que a continuación expongo son representativas de la educación que estáis dando o habéis dado a vuestro bebé. Pero para las que andáis más verdes con el tema, demarcaremos primeramente qué entendemos por apego. El apego es la tendencia que el bebé tiene de buscar la proximidad con una persona, que suele ser su mamá, y sentirse seguro cuando ella está presente. Esto ocurre porque el bebé no tiene conciencia de ser un individuo único e independiente -para nuestro bebito la mamá y él son las misma persona- durante los primeros meses de vida y hasta que, básicamente, aprende a desplazarse por si solo. ¿Nunca os habéis preguntado por qué los bebés siempre quieren estar con sus mamás en esta fase? La respuesta está en el apego y en que les tranquiliza mucho escuchar el corazón materno, pues es un sonido que les ha acompañado durante nueve meses y se traduce en bienestar. Por cierto, hay prácticas -cada vez más extendidas- que ayudan a tener una crianza con apego óptima como puede ser el colecho o el porteo. Seguro que en otro momento les dedicamos un ratito.


También está demostrado que el pecho de la mamá es capaz de regular la temperatura del  recién nacido. Aunque parezca increíble, si vuestro hijo tiene fiebre y os lo ponéis en el pecho, sorprendentemente la fiebre bajará. No es magia sin más, es la magia del apego materno. Un niño recién nacido quiere y necesita estar en contacto con su madre, y esto lo hace por medio del sentido del tacto que es su modo de conocer el mundo. Os invito a que hagáis un ejercicio de representación mental y os imaginéis cómo sería todo sin el sentido del tacto. Os daréis cuenta así que sin él no podríamos sobrevivir. Sin embargo, sí podemos hacerlo sin cualquier otro sentido. Y es que es el primer sentido que se desarrolla en el útero y el último en abandonarnos. ¿A quién no le gusta que le den un gran abrazo cuando ha tenido un mal día? Es mejor que cualquier palabra o frase ¿no?, pues a nuestros bebés les ocurre lo mismo.

Uno de los mayores defensores de este tipo de crianza es Michel Odent. Para él, el bebé es un mamífero que tiene necesidades indiscutiblemente ligadas a esta condición, tanto en el nacimiento  como en su crianza. Nos hemos empeñado en diferenciarnos de la especie animal, y es un gran error. De hecho, cada paso que damos para separarnos, lo damos a su vez para desviarnos de la interpretación del comportamiento evolutivo.

El llanto del bebé, por ejemplo, es un proceso fisiológico para llamar nuestra atención. Es el mecanismo mediante el cual el bebé nos pide algo. Si no recibe respuesta, el bebé se estresa y se frustra segregando cortisol, la hormona del estrés, y haciendo que el organismo libere glucosa a la sangre a fin de cargar de energía a los músculos. Obviamente, se está creando una situación de alarma en el organismo de nuestro bebé. Si esto ocurre con demasiada asiduidad, lo que conseguiremos son niños mucho más irascibles y violentos. En las consultas de los psicólogos podemos encontrarnos con casos de niños con baja autoestima, inseguridad personal, mala relación con los padres, y problemáticas similares. En muchos de estos casos, se ha comprobado que, según cuentan sus propios padres, son niños que de bebés lloraban mucho y por todo. Incluso coincide con el hecho de que tuvieron poco contacto físico con los padres, es decir, dormían desde muy pequeños en otra habitación, les cogían poco en brazos, etc. ¡Ojo!, con esto no quiero decir que todos los bebés criados desde una perspectiva alejada al apego deriven en niños con este tipo de problemáticas.

Desde aquí os animo a que abracéis a vuestros hijos, sobretodo cuando lloren o tengan una rabieta -y que no os la contagien-. Así evitaréis muchos conflictos que se producen en el día a día. Cuando el niño llora y es atendido aprende a que tiene derecho a expresar sus sentimientos y sabe que será escuchado. Lograr calmar sus emociones a través de la cercanía física es la forma más dulce de ser educado.


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